En ocasiones me gustaría no necesitar escribir para sentirme un poco mejor. Un poco menos mal, mejor escrito. Hace años que un papel en blanco es mi mejor terapeuta y después de pensarlo (nunca dos veces) me he dicho: ¿por qué no? puede que sea hora de compartir dolores, de regalar flores y de que entendáis de una puta vez por qué soy quien soy.
Llamadme loca, victimista, extremista... o simplemente, no me llaméis. Las palabras son refugio de quien ha sufrido tanto que le siguen atormentando los recuerdos y estos cabrones tienen la capacidad de ser presente cuando les da la gana; los versos hogar de quien sólo ha tenido casa, y joder, qué triste no haber sentido el calor de un techo, una espalda o una caricia en la que hubieras querido quedarte a vivir tus siete vidas de gata.
Hablo de abrirte en canal y hurgar en todas esas heridas que a veces crees cicatrices.
Hablo de hablar dolor, para vomitar sufrimiento.
Pero también hablo de intentar magia, para lograr volar.
De enseñar los dientes, y sentirte carcajada.
Pasad, sin miedo; disfrutad, criticad, llorad, reír, destrozad.
Pero ante todo,
siempre,
sentid.
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